Escribo esto un domingo de finales de febrero, cuando el sol afuera luce sobre las grises farolas, resplandece sobre el calor salpimentado del asfalto, alumbra el último rincón de mi fría habitación. En mi mesilla: un libro, recién terminado; he dado varias vueltas a sus páginas, a sus palabras. Su autora lo sabe. Se lo dije hace unos días vía WhatsApp: que me estaba gustando mucho su poemario, que iba por la mitad –más o menos- y tenía ganas de terminarlo para volver a empezar, volver a saborear esos poemas que retiene la memoria, descubrir aquello a lo que quizá no se ha estado atento.
Por
ser conciso diré que ‘Hacia el agua’ (BajAmar, 2022), de Julia L. Arnaiz, es un
muy buen libro de poesía; un libro íntimo e intimista, inspirado e inspirador.
Porque los versos de Julia, en el silencio de la noche o de uno mismo, se
escuchan exactamente igual de bien que cuando ella recita frente al público:
con ese mismo compromiso con el que Julia L. Arnaiz nos va
mostrando una ciudad llevada por el agua, con sus personajes, sus edificios, el
amor, el desamor, la conciencia fluyendo en cada uno de los cincuenta y un
poemas certeros que la poeta nos susurra desde el vacío hospedador de una
caracola.
Pasear
por los poemas de Julia es viajar en un tren, con el traqueteo de fondo, y la
cultura pop sonando por sus altavoces: desde Bowie a Cariño, pasando por la
estación Iggy Pop o por esa otra llamada Joe Crepúsculo. Balancearse entre los versos
de Julia es meterse de lleno en una canción de Sharon Van Etten; justo ahí, en
ese lugar sin nombre que se siente tan cercano: “en alguna parte entre / la
soledad y la primavera”. Para mí hay algo que une los poemas de Julia L. Arnaiz
con la música de Sharon Van Etten. ‘For You’, ‘Jupiter 4’, ‘Like I Used To’, ‘Tarifa’
son algunos de los títulos de la cantante. Para mi desgracia no suelo acordarme
casi nunca de los títulos de canciones de Van Etten. Julia L. Arnaiz, por su
parte, tiene una extraña afición a no dar nombre a sus poemas. ‘45’, ‘18’, ‘8’,
‘27’ son algunos de los títulos que da la poeta en su ‘Hacia el agua’. Creo haber
llegado a conclusión de saber qué es lo que une a una poeta intimista y popera de Madrid
con una cantante rockera y folklórica de Nueva Jersey: que no me importan sus
títulos, me llenan sus obras, mezcla de tanta luz y oscuridad; resultado de la esencia del ser humano. Justo eso, justo ahí, “entre la soledad y la
primavera”.
Julia
L. Arnaiz demuestra en ‘Hacia el agua’ que es una magnífica poeta. Tiene el
poder de crear imágenes, con sus colores y formas, y que todo se filtre, como
el agua, por los poros de sus versos hasta llegar a lo más profundo de cada
uno. Ese contraste de colores en sus poemas: “Poco a poco se acercan / las
horas y las luces / del verano / y doy la vuelta a mi colchón azul / y
encuentro bajo mi colchón / un caramelo / negro / […] Otro sueño para el verano
/ que espera bajo el edredón blanco”, “Tal vez todo sea amarillo: / mis
cortinas, el álbum de fotos / los libros de Anagrama / […] El cuerpo será
amarillo cuando lo encuentren, / más aún que las cortinas y los libros, / las
flores o el cabello de Asterix”; esa capacidad de construir y construirnos: “Algunos
lugares no existen, / tan solo aparecen / poco a poco / […] Algunos lugares tan
solo aparecen / pero no existen”, y otras tantas cualidades que solo se pueden
comprobar leyendo un poemario donde, creo, el agua se desborda ante la sed de una poeta que aparece con su voz, que existe por mérito propio.