martes, 10 de noviembre de 2015

Los viejos perros de la Plaza Sintagma

El pasado veinte de septiembre, Grecia volvió a hacer frente a unas elecciones. Las segundas en un mismo año. Volvió a ganar Syriza, y con ello, Tsipras. Estas elecciones fueron las que más baja participación de la historia tuvieron. Syriza, que se fraccionó en dos, recuperó el mando de poder y unió sus fuerzas en el gobierno con el partido de los Griegos Independientes (ANEL). Tsipras, tras jurar su puesto como primer ministro griego, fijó como prioridad aliviar la deuda que tanto asfixia al país heleno. Para el exministro de finanzas Yanis Varoufakis, la victoria del ala conservadora de Syriza ha supuesto el éxito de la troika; un triunfo, al fin y al cabo, de los poderosos que manejan Europa. Varoufakis, el hombre indomable, recomendó a sus compatriotas que votaran a Unidad Popular -los disidentes de Syriza-, pero dados los resultados de las últimas elecciones, donde Unidad Popular no consiguió ni siquiera entrar en el Parlamento, uno se da cuenta de que o los griegos no hicieron caso a su exministro o de que, quizá, el pueblo heleno ya no le tiene en tan alta estima. Los griegos no quieren salir del euro. Para ellos, volver al dracma sería un error, y lo saben mejor que cualquier otro europeo. Con la nueva victoria de Syriza, Tsipras tiene ahora que hacer frente a una serie de duros ajustes propuestos por los miembros de la troika si quiere que su país siga formando parte de Europa. Sin embargo, el primer ministro griego confía en que Grecia reflote a los mercados en 2017. Otra cosa es que lo consiga.

Volviendo la vista atrás, a ese mes de septiembre, me vienen muchas cosas a la cabeza. Un avión sobrevolando Atenas en la madrugada y, a mis pies, las luces de una ciudad que guarda muchos misterios y que se encontraba, en aquel momento, en el centro del huracán mediático. Hace ya más de un mes que tuve la oportunidad de viajar a Grecia, y lo hice en un momento perfecto, histórico.

Faltaban un par de semanas para que fuesen las elecciones griegas. La propaganda política recorría las calles de forma moderada, no como aquí, en España, que inundan nuestras cabezas con los colores de cada partido. En Atenas no vi mucha publicidad política. Aún quedaban vestigios de carteles a favor del OXI. Incluso, en un parada de metro, unas pancartas mostraban su gusto por el KKE, el Partido Comunista de Grecia. Con la ilusión de unas elecciones a la vuelta de la esquina, Atenas se mostraba majestuosa. Llegué a imaginar cómo habría sido aquella ciudad en tiempos de Sócrates. Atenas, la cuna de la democracia.

Entre el revuelo de las elecciones griegas, paralelamente en los medios de comunicación se hablaba de otro tema: la crisis de los refugiados sirios. Fue en el Pireo, el puerto marítimo de la capital griega, donde tuve la suerte o desgracia de toparme de bruces con esa realidad. Un grupo de sirios descansaba, sentado, cerca de los muelles del puerto. Hombres, mujeres, niños, ancianos. Ingenieros, maestros, estudiantes, jubilados. Al fin y al cabo, personas. Gente que estaba allí huyendo de una guerra civil. Gente con ilusiones que se gastaban los ahorros de su vida en comprar ese billete que los llevara al viejo continente. Gente que perdía la vida cruzando los mares o andando durante horas sin llevarse nada a la boca. Los autobuses públicos llegaban al Pireo cada dos por tres para recoger a los refugiados. Seguramente, el Gobierno griego había habilitado a los sirios un medio de transporte para llevarlos al norte del país y soltarlos en la frontera. Ese era el mantra de los refugiados.


Refugiados sirios.
Pasé una semana en Grecia, y para nada me pareció un país al borde de la destrucción, como a veces se nos dice en los medios españoles. Vi una doble realidad que quizá esté más presente allí que en otros países donde existe una crisis. Zonas como Kifisia, con sus grandes avenidas y su gran número de tiendas lujosas, muestran la cara bonita de Atenas. Pero el contraste es singular. Vas caminando por la ciudad y, al pasar de una calle a otra, el ambiente se modifica radicalmente. Ahora ya no ves ese consumismo puro y duro que se respira en Kifisia. Ahora ves a gente tirada en el suelo, pidiendo algo de comer -aunque muchos de ellos seguro que trabajan para mafiosos en la sombra-. Ves a niños pequeños tocando el acordeón, mendigando unas monedas para poder llevarse algo a la boca. Ves a gente buscando en cubos de basura, algo que también pasa en España. Y ves pintadas por todas partes, grafitis que apoyan el OXI y que van contra la troika; edificios que ya no son lujosos, sino que tienen un cierto color negruzco, cercano a la suciedad, que parece que se van a caer en cualquier momento. El contraste social es característico, cuanto menos.

También me llamó la atención las calles vacías por la noche. Y los furgones de policía, armados hasta las trancas, que se paseaban por una Atenas tranquila y silenciosa en medio de la oscuridad. Y esos viejos perros de la Plaza Sintagma. ¿Qué hacen allí? A todas horas, siendo mañana, tarde o noche, una infinidad de perros callejeros, en manada, recorría la plaza más famosa de la ciudad de la democracia, con sus collares a cuesta. Eran perros entrados en años, con una cierta edad. Muchos de ellos, sobre todo cuando hacía calor, se tumbaban en medio de la plaza, en algún lugar con sombra, a descansar. Parecía que esperaban algo. El tan ansiado rescate o la salida de la crisis, ¿quizá? O imagínense que esos perros son la reencarnación de antiguos filósofos griegos que maldicen ahora la mala situación de su país. A lo mejor esos canes, filósofos de espíritu, rememoran los tiempos de la Escuela de Atenas, de la filosofía que formó las bases de Occidente. Incluso, por ir poniendo fin a estas líneas, esos perros pueden ser hasta los portadores de la rebeldía griega frente a los todopoderoso señores de la Europa actual.


Perro frente al Parlamento griego.
Una parte de mi alma se quedó allí, en la capital griega. Atenas es una ciudad que hay que patearse. Su espíritu batallador tiene que entrarte por los poros de la piel para saber exactamente lo que se siente al pisar una ciudad con tanta historia. Grecia es un país indescriptible; rebelde pero indescriptible. A lo mejor en su rebeldía reside su magia. Y los griegos son gente cercana, amable y que te abre la puerta de su casa para ayudarte.

En este viaje aprendí a no fiarme tanto de los medios de comunicación. La información es necesaria, evidentemente, pero no todo lo que nos dicen es verídico tal cual, o al menos hasta cierto punto. Me he dado cuenta de la constante exageración a la que los españoles estamos sometidos cuando en los medios se habla de otros países. No hay nada más puro y creíble para una persona que tener la ocasión de viajar a un país y ver con tus propios ojos la realidad que allí se respira. No obstante, estoy seguro de que, cuando España pasó por su peor momento durante esta crisis, también desde fuera, a nosotros, se nos veía como un país al borde de la debacle.

Alexis Tsipras, en su primer mandato, quiso enfrentarse a la troika con ciertos aires de prepotencia. En un mundo globalizado donde el dinero es lo que prima, la troika es más fuerte que un pueblo rebelde cansado de aguantar a tantos poderosos. Tsipras se dio cuenta de ello, Varoufakis también, y ambos recularon. El primero volvió a convocar elecciones y renunció a su puesto de primer ministro, y lo hizo con honradez, cierto. El segundo, pasó a ser exministro, pero manteniendo su prepotencia y sus aires de chulería. Así le ha ido a Varoufakis. Con la victoria en estas elecciones, Tsipras ha rebajado su discurso, admitiendo el poder de la troika y centrando su estrategia política en la deuda griega. Sin embargo, los acreedores, ante el miedo de que el primer ministro griego vuelva a levantar el puño en señal de rebeldía, llevan presionándole desde hace un mes para que pague la deuda, para que haga ajustes antisociales.

Es cierto que la troika es uno de los centros de poder del mundo, pero también es verdad que en el poder no siempre reside la dignidad, y la troika es un ejemplo de ello, junto con sus amigos de la eurozona y los poderosos que manejan el viejo continente. Viendo a aquellos refugiados en los muelles del Pireo me di cuenta de que la troika nos engaña cada año a todos los europeos. Creemos que somos libres para decidir qué queremos hacer con nuestras vidas; creemos que tenemos el dinero suficiente para vivir en eso que se llaman sociedad del bienestar. Lo cierto es que solo una minoría puede pagarse una suite presidencial en un hotel en Punta Cana. Creemos que con tener una semana de vacaciones al año ya somos felices, que la gran sociedad capitalista en la que vivimos es el paraíso perdido. Nos creemos Mozarts. Creemos que cada uno de nosotros vale millones. A la troika, y a los grandes poderes, no les importamos. No somos más que un producto barato de la naturaleza, los destructores del mundo que encima luego ponen la zancadilla a personas que huyen de una guerra.


Reportera golpeando a sirios.
Que no nos engañen, ni nos engañemos a nosotros mismos. Por suerte, vivimos en una sociedad donde tenemos muchas comodidades, sí. Pero creo que sigue sin ser del todo igualitaria, justa, pues todavía hay algunos que mantienen su limbo de poder y sus privilegios. Nos dan una semana de vacaciones, esa es la golosina que nos tiran los poderosos para que nos callemos, para que no nos quejemos de la pirámide social en la que nos encontramos. Los de arriba quieren hacerse los buenos, y quieren parecer los buenos de cara al pueblo europeo, con eso de acoger a cierto número de refugiados sirios en un país. En el fondo, les volverían a poner la zancadilla si pudieran. El telón de la mentira sigue existiendo. Algunas personas continúan viviendo en la caverna platónica, atados de pies y manos, con la cabeza sujeta, bien fija, viendo cómo unas sombras se proyectan en una pared, y creyendo que esa es su realidad, cuando lo cierto es que la troika y otros organismos de poder son los que dominan nuestra vida más de lo que pensamos. De alguna forma, la rebeldía de Grecia debería servirnos para luchar contra esa gran obra de teatro protagonizada por los europeos y dirigida por la troika y sus amigos. Obra cuyo argumento trata de dar todo a los poderosos, una semana de vacaciones a los que no lo son y un autobus para llevar a la frontera a gente que huye de una guerra. Si esos viejos perros de la Plaza Sintagma son el espíritu de la revolución griega, de la rebeldía, yo también quiero que esos canes vengan a nuestro país o a donde haga falta para acabar de una vez por todas con las dictaduras encubiertas de los que dominan el mundo.


Documentación utilizada:


-'La periodista húngara que zancadilleó y golpeó a los refugiados se justifica' (RTVE).

-'Varufakis afirma que la troika es la vencedora de las elecciones griegas' (eldiario.es).
-'El ala crítica de Syriza rompe con Tsipras y presentará una lista propia en las próximas elecciones' (El Mundo).
-'El Parlamento griego otorga su confianza al segundo Gobierno de Tsipras' (El Mundo).
-'El perro antisistema' (Arturo Pérez-Reverte).

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